En el año de 2019 se identificó una variante del coronavirus en la ciudad de Wuhan, en China. El 30 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró esta enfermedad una emergencia de salud pública de alcance internacional, y en menos de 2 meses, el 11 de marzo, fue clasificada como pandemia. En general en esta patología se favorece una respuesta infamatoria en el parénquima pulmonar mediada, entre otras moléculas, por la interleucina-1β (IL), la que es activada por la IL-6 y el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α). Existen ya algunos tratamientos para la COVID-19, proponiéndose al ejercicio como una herramienta de prevención o de recuperación de esta enfermedad, gracias a sus efectos en el sistema inmune. Lo anterior se debe a que la actividad física regular aumenta la capacidad de las células inmunes al generar una respuesta humoral y/o celular cuando son estimuladas por un antígeno, como los de procedencia viral. Por ejemplo, en adultos mayores, se ha mostrado que la práctica de ejercicio disminuye la inmunosenesencia y retrasa el envejecimiento inmunológico, esto al aumentar los niveles de células CD4+. Además, se ha mostrado que el Ejercicio de Resistencia (ER), según la intensidad, favorece modificaciones inmunes, tales como decremento de inflamación a nivel endotelial y aumento de algunas poblaciones linfocitarias. Todo esto en conjunto, se plantea, puede ayudar a prevenir la COVID-19 o en caso de haberla experimentado puede favorecer la recuperación de las secuelas que deja la enfermedad.
